Desde un punto de vista Científico se puede clasificar la sangre humana en diferentes grupos según la presencia de antígenos en los glóbulos rojos.
En la Sábana Santa de Turín, el Sudario de Oviedo y en múltiples milagros eucarísticos se ha encontrado el mismo tipo de sangre. Estas evidencias hicieron llegar a la conclusión de que la sangre de Jesús pertenecía al grupo AB con factor RH positivo, un tipo de sangre que solo el 4% de la población mundial posee; pero no es esta peculiaridad biológica, lo que hace la sangre de Jesús especial…
Después del pecado original, Dios aceptó el sacrificio de animales como ofrenda para la expiación de los pecados. El primer sacrificio animal fue hecho cuando Adán y Eva fueron desterrados del Edén. Dios hizo prendas de piel para vestirlos, un acto representativo del perdón y la gracia de Dios, y que sugiere la posibilidad de su salvación. En el libro del Génesis se destaca que Dios miró con agrado la ofrenda que Abel hizo de un animal. Luego Noé y Abraham ofrecieron sacrificios de animales al Señor antes de que se estableciera la Ley de Moisés, la cual requería el sacrificio de un cordero sin mancha.
El libro de Levítico nos asegura que la sangre es santa, porque la vida es santa y la sangre es igual a vida. La sangre derramada del animal era prueba de que una vida había sido dada por otra. Sin embargo, los animales eran imperfectos, inclusive el cordero sin mancha y no podían cambiar la naturaleza de una persona o eliminar por completo el castigo de su pecado, por eso el derramamiento de sangre necesitaba ser repetido diariamente y anualmente.
El sacrificio de Cristo, por otro lado, fue el derramamiento de sangre de un ser perfecto, un verdadero Cordero sin mancha y con un efecto permanente sobre los pecados de la humanidad. Este nuevo pacto es exactamente lo que Dios había planeado desde el principio y había prometido en Su propia palabra, y el antiguo pacto que se realizaba con los animales solo tenía la intención de simbolizar este plan final.
La Iglesia celebra el 1.° de julio una festividad litúrgica, que honra la Preciosísima Sangre de Jesucristo, invitándonos a recordar con gratitud y amor el sacrificio que Él hizo al derramar Su sangre en la cruz para redimirnos.
Su sacrificio se renueva y se perpetúa en cada celebración de la Santa Misa, en donde se repiten Sus palabras de la última cena: “Beban todos de ella, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mateo 26: 26-28). En cada Eucaristía recibimos, junto al Cuerpo de Cristo, su Preciosísima Sangre, la Sangre de nueva y eterna Alianza, derramada por todos en remisión de nuestros pecados.
Al igual que la sangre que fluye dentro de nuestros cuerpos, y nos mantiene con vida, la Preciosísima Sangre de Cristo opera sin descanso en todos los aspectos de nuestra existencia, brindándonos la promesa de una vida eterna, abundante, en la presencia de Dios.