VERANEANDO CON DIOS

En lugares como Wisconsin, donde los días fríos son más comunes que los soleados y la primavera a veces se siente más fría de lo habitual, la mayoría de nosotros o al menos yo que estoy acostumbrada a un clima tropical anhelamos con la llegada del verano.

Cuando finalmente, llega ese momento tratamos de recargar la necesaria vitamina D, trabajar en los jardines, acampar, viajar a la playa, hacer picnics y barbacoas. Para muchos padres con niños en edad escolar, las vacaciones escolares les permiten pasar más horas con sus hijos, conectar con la naturaleza y salir de la rutina. Es una época que nos invita al descanso, la tranquilidad y el alivio, pero siempre debemos recordar que Dios no toma vacaciones. Él permanece trabajando en nuestras vidas, acompañándonos en todo momento.

Muchos ven el verano como una oportunidad para desconectarse de responsabilidades, un merecido escape tras el agotamiento acumulado durante el año. Sin embargo, para los católicos, el descanso no debe ser un paréntesis en nuestra relación con Dios. Mientras el mundo puede ver este tiempo como propiedad personal, para los creyentes, todo– incluido el reposo –debe dirigirse hacia nuestro Creador, aunque claramente la tentación surge cuando el cambio de rutina nos aleja de nuestra vida espiritual.

Aunque la Biblia no menciona específicamente el concepto de “vacaciones”, sí habla del descanso como un acto sagrado. El shabat (sábado), instituido en el Antiguo Testamento, no era simplemente un día sin trabajo, sino un tiempo dedicado al Señor: “El séptimo día es día de descanso, consagrado al Señor” (Éxodo 20:10). En el Nuevo Testamento, Jesús mismo invita a los cansados a encontrar paz en Él: “Venid a mí… y yo os aliviaré” (Mateo 11:28). Este descanso no es solo físico; es un regalo para el alma que nace de la confianza en Cristo y su providencia.

El verano nos ofrece oportunidades únicas para fortalecer esa conexión con Dios. Puede ser un tiempo para leer libros espirituales, visitar lugares sagrados que inspiran devoción o simplemente encontrar momentos de silencio para escuchar al Espíritu Santo. Participar en los sacramentos, hacer una peregrinación o servir a quienes más lo necesitan también son formas de “descansar en Él”. Incluso las reuniones familiares pueden vivirse desde el amor cristiano, viendo en cada encuentro una oportunidad de crecer en la fe.

Sin embargo, el exceso de diversión sin medida puede terminar distrayendo el corazón. Como advierte Lucas 21:34, los desórdenes y las distracciones del mundo pueden endurecer nuestra sensibilidad espiritual. El verdadero descanso no consiste en evadirse de todo, sino en encontrarse con lo que realmente alimenta el alma: la presencia de Dios.

No importa el mes del año, la misericordia del Señor nunca se detiene. En medio de las actividades del verano, El sigue llamándonos, ofreciendo encuentros inesperados. Quizás esta sea la ocasión perfecta para redescubrir, permitiendo que Su gracia deje no solo un bronceado pasajero, sino una verdadera transformación interior.

Al regresar a la rutina, que no solo llevemos recuerdos de viajes y tardes al sol, sino un corazón renovado, lleno del Amor que da sentido a todo. ¡Feliz verano, con Dios como compañero en cada momento!

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