Un Salmo en la Biblia dice: Tú contaste mis disgustos, recogiste mis lágrimas en tu odre. Salmo 56:8 Biblia Catolica Latinoamericana. Cuando leí por primera vez este salmo, imaginé a Dios contabilizando y guardando todas las lágrimas en botellas personalizadas con nuestros nombres. ¿No sería más llevadero nuestro sufrimiento al saber que nuestras lágrimas no son en vano y que Dios las recoge con amor y compasión?
Es evidente que Dios creó nuestros cuerpos con la habilidad de producir lágrimas por una razón adicional a la fisiológica. El llanto es una expresión natural de dolor y tristeza, y tanto Cristo como la Virgen María y muchos santos han experimentado estas emociones. En el caso de Cristo, vemos cómo lloró al predecir la ruina de Jerusalén y también al presenciar el dolor de Marta y María por la muerte de Lázaro. Aunque los evangelios no mencionan explícitamente si la Virgen María lloró, podemos deducir que sí lo hizo, considerando todas las situaciones dolorosas en las que participó plenamente..
Un ejemplo concreto de un santo que también lloraba es San Francisco de Asís. Este santo, conocido por su humildad y amor por la naturaleza, lloraba tanto por sus propios pecados que incluso se construyó una capilla dedicada a sus lágrimas. Esta capilla, llamada “La Capilla de las Lágrimas”, se encuentra en la Basílica de Santa María de Los Ángeles, un lugar importante en la vida de San Francisco. En esta cueva, el santo se contemplaba a sí mismo como un pecador frente a la santidad de Dios y derramaba muchas lágrimas como muestra de su arrepentimiento y dolor.
Estos ejemplos nos muestran que el llanto es una expresión humana y espiritual que puede ser experimentada por personas santas y cercanas a Dios; pero que no todas nuestras lágrimas tienen el mismo valor y fruto ante los ojos de Él.
Por esta razón, Santa Catalina de Siena, en su famosa obra El Diálogo, nos enseña sobre las diferentes clases de lágrimas y su significado. Según ella, existen cinco tipos de lágrimas, cada una con su propio valor y fruto:
1. Lágrimas malas son aquellas que surgen del pecado y nos llevan a cometer más pecados. Son lágrimas de odio, envidia o desesperación, que provienen de un corazón desordenado y alejado de Dios.
2. Las lágrimas de temor por nuestros propios pecados. Estas lágrimas surgen cuando nos damos cuenta de nuestros errores y nos arrepentimos por temor al castigo. Estas lágrimas no son perfectas, ya que no necesariamente implican un verdadero arrepentimiento.
3. Las lágrimas de aquellos que, lejos del pecado, desean servir a Dios, pero se sienten incapaces y sufren tribulaciones al no recibir consuelo visible. Lloran por su propia incapacidad y por las dificultades que enfrentan en su camino hacia Dios.
4. Lágrimas de los que aman con perfección a Dios y al prójimo, doliéndose de las ofensas que se le hacen a Dios y compadeciéndose del daño del prójimo, en completo olvido de sí mismos.
5. Las lágrimas de dulzura son las más elevadas y puras. Son derramadas con suavidad por aquellos que aman a Dios y al prójimo de manera perfecta. Estas lágrimas son producto del amor puro y profundo que sienten hacia Dios y se experimentan en los momentos más altos de perfección cristiana.
Es común que muchas personas, sobre todo los del género masculino, hayan crecido con la creencia de que llorar es algo negativo o que te hace ver débil. Sin embargo, hay quienes, como yo, no tienen miedo de mostrar sus emociones y lloran con demasiada facilidad. Cada persona tiene su propia forma de expresar sus sentimientos y no hay nada de malo en mostrar vulnerabilidad.
El rey David, en la Biblia, encontraba consuelo en Dios y sabía que podía confiarle sus lágrimas. Él entendía que sus lágrimas no eran ignoradas por Dios, sino que eran valoradas y tenían un propósito.
En este mundo lleno de dolor y sufrimiento, es reconfortante saber que no estamos solos. Dios nos acompaña en cada momento de tristeza, enfermedad, pérdida o injusticia. Él transforma nuestro dolor en algo hermoso y nos da la fuerza necesaria para seguir adelante.
Nuestra meta debe ser siempre glorificar Su nombre a través de nuestras pruebas y aflicciones, confiando en que Él nos perfeccionará a través de cada una de nuestras lágrimas.