La historia de mis abuelos maternos siempre fue mi mejor ejemplo de que el trabajo no solo es una forma de ganarse la vida, o llevar una tarea a cabo, sino también una expresión de amor y compromiso con lo que se hace.
Un día, ellos decidieron aventurarse en la compra de una hacienda de 1000 acres a pesar de no tener experiencia previa en labores agrícolas; su vida en la ciudad los llevó a anhelar la paz y la conexión con la naturaleza que solo el campo les ofrecía.
Comenzaron sembrando maíz y sorgo, pero luego se enfocaron en el maíz como cultivo principal. Todos los días, con mucho ánimo, se levantaban temprano y se trasladaban en su vieja camioneta Ford a trabajar la tierra.
En la hacienda, enfrentaron un entorno completamente nuevo, luchando con el calor y el sol intenso de la zona. Mi abuelo, tío y empleados se encargaban del trabajo en la tierra y la reparación de maquinarias, mientras que mi abuela cocinaba para todos y cuidaba de los animales.
Durante las épocas de siembra, mi abuelo solicitaba créditos agrícolas para adquirir semillas, siempre rezando con mucha fe por un clima favorable. Tras años de arduo trabajo, decidieron retirarse, dejando a mi tío continuar con el legado. A pesar de su retiro, el amor por el trabajo seguía presente en ellos, reflejado en las marcas del sol en su piel y el desgaste en sus manos.
A través de su arduo trabajo, lograron construir un hogar próspero para sus hijos y dejaron una huella imborrable no solo en la tierra que cultivaron con el sudor de su frente, sino también en sus futuras generaciones.
El trabajo es una parte fundamental de la vida de todos nosotros, y a lo largo de la historia ha sido visto de diferentes maneras. Algunos, como mis abuelos, lo han considerado una bendición, una forma de ganarse el sustento con esfuerzo y dedicación, mientras que otros lo han visto como una carga impuesta por un castigo divino.
En el Libro del Génesis, Dios le dice a Adán: «Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado. Sepas que eres polvo y al polvo volverás.» Gen. 3:19 Biblia Católica Latinoamericana.
A pesar de que el trabajo se convirtió en fatiga y dolor debido al pecado, su valor y propósito siguen siendo importantes en el plan divino.
Tanto nuestro Padre Celestial como Jesucristo nos han enseñado la importancia del trabajo, ya que incluso Dios trabajó para crear los cielos y la tierra; hizo que los mares se agruparan en un solo lugar y que apareciera la tierra seca; hizo que el pasto, las hierbas y los árboles crecieran sobre la tierra; formó el sol, la luna y las estrellas; creó a todos los seres vivientes marinos y terrestres y, por último, colocó a Adán y a Eva en la tierra para que cuidaran de ella y para que tuvieran dominio sobre todos los seres vivientes.
Jesús mismo trabajó como carpintero al lado de José durante
años, mostrando así la dignidad y el valor del trabajo manual.
San Juan Pablo II también resalta la relevancia del trabajo en el Evangelio del Trabajo y su importancia en la redención del hombre y del mundo, ya que a través de cualquier tipo de trabajo, ya sea manual o intelectual, dentro o fuera de nuestros hogares, el hombre colabora con la obra creadora de Dios y con la redención de la humanidad.
El trabajo nos puede proporcionar crecimiento espiritual, cultivando virtudes como la paciencia, la diligencia y la honestidad, la responsabilidad, entre otras, además de brindarnos la oportunidad de llevar a cabo un valioso apostolado. No obstante, si el enfoque del trabajo se desvía y se convierte en un fin en sí mismo, corremos el riesgo de caer en la idolatría del trabajo, en lugar de entenderlo como una forma de colaborar con el plan divino para la humanidad.
Es importante recordar que Dios nos llama a santificar nuestras labores diarias, a vivirlas con plenitud y a reconocerlas como una oportunidad para crecer en santidad, incluso en medio de las tareas que menos nos gusten. Por eso, cada día, al despertar, debemos rezar ofreciendo a Dios todo nuestro trabajo y esfuerzo en la reparación de nuestros pecados, por las intenciones de nuestros familiares y amigos, y por la conversión de los pecadores.
En la medida que veamos el trabajo como una herramienta para alcanzar la santidad, se transformará nuestra visión y actitud hacia nuestras responsabilidades diarias.