Eres una mamá que está agotada. Tienes el pelo hecho un desastre, el café es tu fuente de vida y sientes que estás fallando en todo. Entonces, durante la confesión, un sabio sacerdote te dice algo que cambia tu perspectiva para siempre. Dijo que tu cansancio no es una debilidad, es una prueba de tu amor. “Cuanto más cansada estás, más amas a tus hijos”. En lugar de sentirte culpable por estar cansada, las palabras del sacerdote te ofrecen gracia. ¡Está bien estar agotada! Significa que estás dando todo lo que tienes. Qué alivio, ¿verdad? Eso fue lo que sentí ese día en el confesionario cuando escuché sus palabras.
Todas las mamás a menudo ponemos las necesidades de nuestros hijos en primer lugar. Sacrificamos nuestro sueño, nuestro tiempo y nuestro propio bienestar, pero este sacrificio es una poderosa expresión de amor.
Cuanto más agotadas nos sentimos, mejores madres somos, porque nos entregamos a nuestros hijos tal como lo hizo Jesús por nosotros en la cruz.
Cuando estás súper cansada, es cuando tu amor realmente brilla. Es una comprensión simple pero profunda que todas las madres católicas deberíamos superar en la rutina diaria de la crianza de los hijos. Dar todo tu tiempo, energía y esfuerzo a tus hijos puede dejarte completamente agotada. Pero es en esos momentos de absoluto agotamiento que el amor de una madre realmente se destaca. A medida que superamos nuestros límites y seguimos dando, incluso cuando nos sentimos agotadas, reflejamos el amor desinteresado de Cristo.
El ciclo interminable de cambiar pañales, cocinar comidas, llevar a los niños a todas partes, limpiar su desorden y ofrecer consuelo, puede parecer espiritualmente poco significativo, pero la verdad es que crecemos en virtud y nos deshacemos de nuestro egoísmo, priorizando las necesidades de nuestra familia.
Y aunque priorizar las necesidades de nuestra familia nos hace crecer en virtud, también es necesario cuidar de nuestra salud mental y física. Aquí tienes algunos consejos:
Priorizar el cuidado personal (sin culpa).
Está bien cuidar de ti misma. Reza, descansa, come sano y haz ejercicio cuando puedas. El cuidado personal no es egoísta; es necesario. Necesitas recargar energías para ser la mejor madre que puedas ser.
Buscar apoyo.
No tengas miedo de pedir ayuda. Comparte responsabilidades con tu pareja o familia. Conéctate con otras personas que comprendan lo que estás pasando. Como el proverbio africano dice, se necesita una aldea para criar un niño, ¿verdad?
Establecer expectativas y límites realistas.
Deja de lado la idea de ser una madre perfecta, tener la ropa perfectamente doblada o tener una casa impecable. Concéntrate en lo que realmente importa. Establece límites para proteger tu tiempo y energía. Recuerda que a menudo suficiente es suficiente.
Dejar ir el control.
Es difícil dejar ir, ¿verdad? Nos gusta estar a cargo de todo. Cuando se trata de rendirse al plan de Dios y dejarse llevar, no hay mejor modelo a seguir que nuestra Santísima Virgen María.
Ella tenía plena confianza en el tiempo de Dios y en lo que Él proveía. Incluso cuando se enfrentó a un torbellino de emociones y agotamiento, nunca dudó de la voluntad de Dios. La lección que podemos aprender de ella es que, sin importar cómo nos sintamos, nunca estamos solos en este viaje y siempre tenemos el apoyo de Dios a lo largo del camino.
Encontrar fuerza en la vulnerabilidad.
Reconocer tu fatiga puede hacerte más fuerte. Te permite ser honesta contigo misma y con los demás. En nuestra vulnerabilidad y debilidad, la fuerza de Dios brilla.
Así que, no te desanimes, querida mamá, y recuerda que en tu agotamiento, estás amando profundamente y reflejando el corazón de nuestro Salvador.